Dos Hermanas Diario Digital se hace eco en su Buzón del Lector de un artículo remitido por Manolo Lay, coordinador local de Izquierda Unida en Dos Hermanas, con motivo de la conmemoración del segundo aniversario del 15M. Si desea participar en esta sección, puede enviar un e-mail a doshermanasdiariodigital@gmail.com exponiendo su queja, comentario o sugerencia. Si lo desea, puede acompañarla también de alguna fotografía.
En un día lluvioso de elecciones en una ciudad, la mayoría de los electores decide, independientemente, votar en blanco. El gobierno decreta repetir las elecciones una semana después y el voto en blanco aumenta, resultando un ochenta y tres por ciento. Ante este hecho inesperado el gobierno emprende una serie de investigaciones y decisiones autoritarias, represivas e incluso ilegales.
Este es el argumento de Ensayo sobre la lucidez, una novela de José Saramago que reflexiona sobre el sistema democrático y las actitudes de los gobernantes ante una posible revolución pacífica proveniente de un pueblo cansado de la politiquería en medio de las elecciones que legitiman la democracia. La parte final de la novela es protagonizada por un comisario de la policía enviado a la ciudad para buscar culpables de la presunta rebelión que supuso la victoria del voto en blanco.
¿Ficción o predicción? Pues tú dirás.
Tras los acontecimientos que han desencadenado una crisis estructural en toda Europa, y muy especialmente en los países del sur, como el nuestro, cabría decir aquello de “cualquier parecido con la ficción es pura realidad”.
Hace dos años, en medio del fragor de la batalla partidista previa a unas elecciones municipales, cientos de miles de personas salieron a la calle y llenaron las plazas de rebeldía. Por primera vez en muchos años, ese movimiento espontáneo surgido un 15 de mayo de 2011, recuperó los mejores valores de una sociedad cansada de la realpolitik y, de forma similar al Mayo del 68, acaparó la atención mediática del (mal)llamado “mundo civilizado”.
El 15M, con sus virtudes y defectos, se convirtió en argumento, en la forma y el fondo de la novela de Saramago. Y, como en Ensayo sobre la lucidez, ha supuesto una revolución pacífica que ha zarandeado el sistema democrático y ha cogido con el pie cambiado a partidos políticos, sindicatos, empresarios, banqueros, la troika y el sunsuncorda mediático.
Y estos poderes fácticos, unos más y otros menos, unos con más atino y otros con el más absoluto de los desaciertos, no han tenido más remedio que meter con calzador, en sus apretadas agendas, las reivindicaciones de un colectivo que, dos años después, puede presumir de haber volcado el camión de las exigencias sociales en las mismas puertas del capitalismo neoliberal.
Y, también como en Ensayo sobre la lucidez, los poderes fácticos han enviado a sus comisarios políticos a denostar todo lo que huela a rebeldía organizada. Por un lado, acusando al 15M, a los movimientos antidesahucios y a todos los colectivos que cuestionan las telarañas del poder establecido, de haber propiciado las mayorías absolutas de la derecha feroz; por otro, criminalizando las protestas, los escraches, las manifestaciones, tachándolos de nazis y de ser el nuevo brazo de ETA.
Y los comisarios mediáticos siguen haciendo su trabajo de voceros dirigidos por la mano invisible, por el Gran Hermano, utilizando la mentira y la extorsión ideológica desde sus tribunas en prensa, radio y televisión, sin capacidad de reacción razonable ante la evidencia de que esas artimañas ya no sirven, que la gente ya no se chupa el dedo, que la necesidad se ha convertido en virtud, y la virtud en rechazo.
Tal vez lo surgido hace dos años ya no disfrute del boom que surgió tras el abandono masivo de las plazas. Tal vez la heterogeneidad de la masa haya generado diferencias y confusión. Tal vez no hayan cambiado el sistema (¿lo hemos cambiado los demás?).
Pero el verdadero valor de aquello que hubo, y de lo que sigue habiendo, está en el profundo calado social que ha propiciado: (re)activaron a una buena parte de la ciudadanía desactivada. Personas que antes no se habían preguntado por qué ocurre lo que ocurre y quién o quiénes son sus responsables, ahora no dejan pasar ni una a nadie, sea quien sea, desde la monarquía hasta el último concejal del pueblo más pequeño del Estado, el director del banco de toda la vida o el juez de primera instancia.
Han logrado iniciar el camino para que el miedo cambie de bando. Más nos vale a la política saber darles respuesta: ahora es el pueblo quien hace las preguntas.
Si lo desea, puede compartir este contenido:
En un día lluvioso de elecciones en una ciudad, la mayoría de los electores decide, independientemente, votar en blanco. El gobierno decreta repetir las elecciones una semana después y el voto en blanco aumenta, resultando un ochenta y tres por ciento. Ante este hecho inesperado el gobierno emprende una serie de investigaciones y decisiones autoritarias, represivas e incluso ilegales.
Este es el argumento de Ensayo sobre la lucidez, una novela de José Saramago que reflexiona sobre el sistema democrático y las actitudes de los gobernantes ante una posible revolución pacífica proveniente de un pueblo cansado de la politiquería en medio de las elecciones que legitiman la democracia. La parte final de la novela es protagonizada por un comisario de la policía enviado a la ciudad para buscar culpables de la presunta rebelión que supuso la victoria del voto en blanco.
¿Ficción o predicción? Pues tú dirás.
Tras los acontecimientos que han desencadenado una crisis estructural en toda Europa, y muy especialmente en los países del sur, como el nuestro, cabría decir aquello de “cualquier parecido con la ficción es pura realidad”.
Hace dos años, en medio del fragor de la batalla partidista previa a unas elecciones municipales, cientos de miles de personas salieron a la calle y llenaron las plazas de rebeldía. Por primera vez en muchos años, ese movimiento espontáneo surgido un 15 de mayo de 2011, recuperó los mejores valores de una sociedad cansada de la realpolitik y, de forma similar al Mayo del 68, acaparó la atención mediática del (mal)llamado “mundo civilizado”.
El 15M, con sus virtudes y defectos, se convirtió en argumento, en la forma y el fondo de la novela de Saramago. Y, como en Ensayo sobre la lucidez, ha supuesto una revolución pacífica que ha zarandeado el sistema democrático y ha cogido con el pie cambiado a partidos políticos, sindicatos, empresarios, banqueros, la troika y el sunsuncorda mediático.
Y estos poderes fácticos, unos más y otros menos, unos con más atino y otros con el más absoluto de los desaciertos, no han tenido más remedio que meter con calzador, en sus apretadas agendas, las reivindicaciones de un colectivo que, dos años después, puede presumir de haber volcado el camión de las exigencias sociales en las mismas puertas del capitalismo neoliberal.
Y, también como en Ensayo sobre la lucidez, los poderes fácticos han enviado a sus comisarios políticos a denostar todo lo que huela a rebeldía organizada. Por un lado, acusando al 15M, a los movimientos antidesahucios y a todos los colectivos que cuestionan las telarañas del poder establecido, de haber propiciado las mayorías absolutas de la derecha feroz; por otro, criminalizando las protestas, los escraches, las manifestaciones, tachándolos de nazis y de ser el nuevo brazo de ETA.
Y los comisarios mediáticos siguen haciendo su trabajo de voceros dirigidos por la mano invisible, por el Gran Hermano, utilizando la mentira y la extorsión ideológica desde sus tribunas en prensa, radio y televisión, sin capacidad de reacción razonable ante la evidencia de que esas artimañas ya no sirven, que la gente ya no se chupa el dedo, que la necesidad se ha convertido en virtud, y la virtud en rechazo.
Tal vez lo surgido hace dos años ya no disfrute del boom que surgió tras el abandono masivo de las plazas. Tal vez la heterogeneidad de la masa haya generado diferencias y confusión. Tal vez no hayan cambiado el sistema (¿lo hemos cambiado los demás?).
Pero el verdadero valor de aquello que hubo, y de lo que sigue habiendo, está en el profundo calado social que ha propiciado: (re)activaron a una buena parte de la ciudadanía desactivada. Personas que antes no se habían preguntado por qué ocurre lo que ocurre y quién o quiénes son sus responsables, ahora no dejan pasar ni una a nadie, sea quien sea, desde la monarquía hasta el último concejal del pueblo más pequeño del Estado, el director del banco de toda la vida o el juez de primera instancia.
Han logrado iniciar el camino para que el miedo cambie de bando. Más nos vale a la política saber darles respuesta: ahora es el pueblo quien hace las preguntas.
MANOLO LAY