Un miradedos no tiene la culpa de ser un miradedos. En cierta manera, cuenta con el beneplácito de una especie de exoneración genética en la que todo tiene cabida; o sea, un miradedos es un miradedos desde que sus padres eran novios.
El complejo y oculto entramado de redes que gobiernan la sociedad actual más allá de las urnas, aunque también con su permiso, ha invertido mucho dinero y mucho tiempo en conseguir una sociedad de miradedos: actualmente, la contextualización del hecho noticiable carece de cualquier importancia porque ha sido sustituida por un presente continuo en el que impera el bombardeo constante de noticias superficiales con una característica común. Y es que todas provocan reacciones polarizadas.
Instaurados en la comodidad de la recepción de noticias a través de las cada vez más frecuentes pseudotertulias de opinión, un miradedos no tiene por qué hacer el esfuerzo de digerir las noticias, porque de ello se encargan aquellos expertos en todo y en nada a la vez que lo mismo opinan de la condena de la Pantoja que sientan cátedra sobre la última advertencia del Fondo Monetario Internacional, sin olvidar, por supuesto, un breve apunte a vuela pluma sobre el jefe médico responsable de la macrofiesta del Madrid Arena.
De esta manera, cuando un miradedos se encuentra con un análisis de algún tema cuyo autor únicamente domina en profundidad y que no sigue las pautas de aquellos que se encargaron de definir lo que era políticamente correcto, automáticamente saltan esos resortes que el sistema implantó en su subconsciente sin que se diera cuenta y comienza el proceso de destrucción de ideas no afines al régimen basándose en opiniones peregrinas sin la más mínima base experimental.
A Sálvame no van expertos en ningún tema remotamente serio porque no interesa tratar nada en profundidad para dar paso cuanto antes a la siguiente noticia banal que consiga mantener en su asiento al espectador de turno, que te jurará hasta la saciedad que sólo lo pone de fondo.
Hoy, por desgracia, estamos aplicando las reglas del juego de la telebasura a dos campos a los que nunca deberían haber llegado: al periodismo y a la política. La jugada les ha salido redonda: somos incapaces de procesar nada en profundidad, tendemos a polarizar nuestras opiniones sobre uno u otro tema basándonos en elementos superficiales, la mayoría de ellos implantados, no adquiridos, y nos han vuelto unos paranoicos de la generalización alusiva.
No distinguimos ya cuándo se generaliza y cuándo no y, por supuesto, nos damos por aludidos por todo. Y si es negativo, mejor, con más vehemencia nos defenderemos del ataque personal inexistente. Pero aquí estamos, creyendo que tenemos libertad de opinión, que pensamos libremente, que nuestras opiniones son nuestras y que los escraches son actos terroristas. Yo creo que, si miran hacia arriba, verán unos misteriosos hilos...
Si lo desea, puede compartir este contenido: El complejo y oculto entramado de redes que gobiernan la sociedad actual más allá de las urnas, aunque también con su permiso, ha invertido mucho dinero y mucho tiempo en conseguir una sociedad de miradedos: actualmente, la contextualización del hecho noticiable carece de cualquier importancia porque ha sido sustituida por un presente continuo en el que impera el bombardeo constante de noticias superficiales con una característica común. Y es que todas provocan reacciones polarizadas.
Instaurados en la comodidad de la recepción de noticias a través de las cada vez más frecuentes pseudotertulias de opinión, un miradedos no tiene por qué hacer el esfuerzo de digerir las noticias, porque de ello se encargan aquellos expertos en todo y en nada a la vez que lo mismo opinan de la condena de la Pantoja que sientan cátedra sobre la última advertencia del Fondo Monetario Internacional, sin olvidar, por supuesto, un breve apunte a vuela pluma sobre el jefe médico responsable de la macrofiesta del Madrid Arena.
De esta manera, cuando un miradedos se encuentra con un análisis de algún tema cuyo autor únicamente domina en profundidad y que no sigue las pautas de aquellos que se encargaron de definir lo que era políticamente correcto, automáticamente saltan esos resortes que el sistema implantó en su subconsciente sin que se diera cuenta y comienza el proceso de destrucción de ideas no afines al régimen basándose en opiniones peregrinas sin la más mínima base experimental.
A Sálvame no van expertos en ningún tema remotamente serio porque no interesa tratar nada en profundidad para dar paso cuanto antes a la siguiente noticia banal que consiga mantener en su asiento al espectador de turno, que te jurará hasta la saciedad que sólo lo pone de fondo.
Hoy, por desgracia, estamos aplicando las reglas del juego de la telebasura a dos campos a los que nunca deberían haber llegado: al periodismo y a la política. La jugada les ha salido redonda: somos incapaces de procesar nada en profundidad, tendemos a polarizar nuestras opiniones sobre uno u otro tema basándonos en elementos superficiales, la mayoría de ellos implantados, no adquiridos, y nos han vuelto unos paranoicos de la generalización alusiva.
No distinguimos ya cuándo se generaliza y cuándo no y, por supuesto, nos damos por aludidos por todo. Y si es negativo, mejor, con más vehemencia nos defenderemos del ataque personal inexistente. Pero aquí estamos, creyendo que tenemos libertad de opinión, que pensamos libremente, que nuestras opiniones son nuestras y que los escraches son actos terroristas. Yo creo que, si miran hacia arriba, verán unos misteriosos hilos...
PABLO POÓ