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Las raíces de la amistad

Decía Epicuro: “Cada mañana la Amistad recorre la Tierra para despertar a los hombres, de modo que puedan hacerse felices”. Con esta hermosa frase de uno de los grandes presocráticos griegos iniciamos un recorrido, que desglosaremos en diferentes artículos, sobre uno de los sentimientos más nobles que habita en el ser humano como es el de la amistad.

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Y lo primero que llama la atención en la frase de Epicuro es que liga amistad con felicidad; lo cual es cierto, pues no hay nada tan placentero como la compañía de un amigo leal, de esa persona que lo sabe todo o casi todo de ti, y a pesar de ello te quiere como a un hermano.

La razón hay que encontrarla en que en una sincera amistad habitan los sentimientos más nobles, y se encuentran ausentes las pasiones más negativas que anidan en el fondo del ser humano, como son el egoísmo y la envidia.

Pero, realmente, ¿qué es un amigo? Sobre esto creo que todo el mundo podemos dar nuestra definición a partir de las experiencias que hayamos tenido con los que hemos conocido a lo largo de los años. Todos tenemos amigos, de una u otra índole, más o menos numerosos, y, quizás, sin problemas estaríamos dispuestos a hablar de lo que es un amigo y de la amistad.

Por mi parte, y puesto que considero que la amistad es uno de los valores más importantes por el que podemos apostar, me quedo con una frase que escribió precisamente un gran amigo, Miguel Ángel Santos, en su obra Norte del corazón.

Decía en este espléndido libro, una especie de antología de los artículos que a lo largo del tiempo había publicado en la prensa, que: “Un amigo es un hermano que se elige”. En esta breve frase, casi una sentencia, se aúnan la fuerza de la fraternidad y la grata libertad de compartir vivencias, emociones, experiencias, recuerdos, proyectos... con esa persona que te comprende y que te quiere, y que, por fuerza, debes comprender y querer.

Pero esa libertad de la que se parte conlleva que también haya lealtad, sinceridad, reciprocidad y generosidad, puesto que la amistad no soporta la deslealtad o la traición. No hay nada tan amargo como verse traicionado, manipulado o utilizado por aquél a quien considerabas como amigo de verdad.

Es un dolor profundo, incomprensible, largo y difícil de curar. Deja profundas cicatrices en el alma. Sus huellas se muestran como argumentos en contra de todo aquello en lo que creías y como escudos invisibles que te avisan y previenen de nuevas decepciones.

Son las que te recuerdan que esa confianza que depositaste, una vez rota, es irrecuperable, que no es posible volver a contar de nuevo con ella. La traición, el derribo de la lealtad con la que se construye la confianza, la daña irremediablemente y, aunque formalmente se mantenga el contacto, ya no vuelve a florecer.

Ello nos habla de la fortaleza y de la fragilidad de la amistad: la relación entre amigos se construye con el respeto y el cuidado a los sentimientos del otro. Podemos, en alguna ocasión, ser poco considerados con personas ajenas a nuestro entorno, puesto que la relación emocional que mantenemos con ellas no es alta y, a lo máximo, lo que se nos pide es que seamos básicamente respetuosos o correctos en nuestra relación.

Sin embargo, en la amistad hay mucho más que un buen comportamiento formal; es necesario cultivarla y cuidarla, ya que no es algo fijo, no es algo acabado o que se tenga igual para siempre: crece o se marchita dependiendo del empeño que se ponga en ello.

Antes he indicado que todos podemos hablar de la amistad porque está al alcance de toda persona. No hay que ser especialmente guapo, ni muy listo, ni famoso, ni tampoco rico para disfrutar de la compañía de la persona a la que consideras como un amigo.

Es totalmente gratis: basta con cultivar esas cualidades indicadas, y que todos potencialmente tenemos, para alcanzar uno de los tesoros más importantes que podemos poseer. Es más, posiblemente, los guapos, los muy listos, los famosos o los ricos sean los menos proclives a desarrollar este sentimiento humano, puesto que la mayoría de ellos están pendientes de sí mismos y de sus ambiciones personales.

No obstante, y a pesar de la afirmación que acabo de realizar, uno se podría plantear e interrogarse, del mismo modo que lo hace el psicólogo italiano Francesco Alberoni en su obra La Amistad: “¿Está la amistad al alcance de todos en una sociedad como la nuestra, fuertemente competitiva y en la que cada vez se potencia más el que cada uno vaya a lo suyo?

Es más, ¿existe la amistad tal como la concibieron los clásicos griegos y se fue gestando, tanto en la teoría como en la práctica, a lo largo del tiempo? ¿Es posible la amistad si no hay un verdadero sentimiento de igualdad entre esas dos personas amigas”.

El mismo Alberoni nos dice que los intereses económicos, así como la lucha por el poder y el fuerte individualismo que dominan la sociedad actual de mercado parece que no dejan espacio para las relaciones personales sinceras y dispuestas a emplear el tiempo en algo tan “improductivo” como es la amistad.

A ello hay que añadir que el mundo moderno nos impone mutaciones continuas que en nada favorecen este tipo de relación: cambiamos de ciudad, cambiamos de domicilio o de trabajo (si se tiene), e, incluso, modificamos nuestras ideas, nuestras aficiones, con lo que se termina por abandonar a los viejos amigos.

Muchos acaban prefiriendo las cosas a los amigos: estamos tan apegados a nosotros mismos y a los objetos que nos rodean que casi preferimos, por ejemplo, un buen coche a un buen amigo.

Por otro lado, a nadie le cabe la duda de que los cambios en nuestra sociedad son tremendamente acelerados y que los nuevos medios de comunicación nos están planteando unos retos no conocidos décadas atrás. Parece que estamos abocados a una transformación continua. Más aún, sentimos una cierta sensación de inestabilidad, de avanzar sin rumbo, sin saber exactamente hacia dónde caminamos.

Y en medio de estas modificaciones de vértigo han aparecido las nuevas redes sociales que han posibilitado otras formas de contacto interpersonales totalmente inéditas hasta hace unos días. Ahí están Blog, Tuenti, Twitter y, por encima de ellas, Facebook, que hacen furor en las nuevas generaciones (y en las no tan nuevas).

La enorme complejidad de las redes sociales están generando grandes cambios, tanto personales como sociales, por lo que desconocemos las mutaciones que se van a provocar en las distintas relaciones humanas. Y considerando el carácter innovador que presentan, me surgen algunas dudas del tipo: ¿Promueven las redes sociales la amistad; o los intercambios son lo suficientemente frágiles como para que los contactos sean meras conexiones informativas? ¿Son verdaderamente fiables esos intercambios? ¿Nos encontramos ante unas formas de relación y contacto que no se corresponden exactamente con las que generan los lazos de la amistad?

No sé qué pensaría Aristóteles, el padre de la filosofía occidental, de todo esto de lo que estamos hablando aquí. Y si lo traigo a colación no es por darle un énfasis culto a este escrito, sino porque leyendo su libro Ética para Nicómaco (que ya abordaré en otra ocasión) encontramos que hacía una auténtica elegía de la amistad, en la que volcaba las mejores virtudes del ser humano.

Por otro lado, en sus orígenes, la filosofía no buscaba solamente el conocimiento de la realidad y la forma racional del pensamiento, sino el sentido correcto del vivir, por lo que era frecuente la reflexión sobre la amistad, como una de las virtudes de las personas.

Y leyendo a los clásicos, deducimos que construir una amistad, tal como ellos la entendían, resulta tan difícil, complejo y laborioso, que el individuo de hoy pronto abandonaría esa labor para dedicarla a otros menesteres, puesto que sería algo así como “encontrar una aguja en un pajar”.

Y cuando hablo de que lograr hoy un auténtico amigo es verdaderamente difícil, me viene a la mente una anécdota que leí hace tiempo: en cierta ocasión, el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw le remitió al premier inglés Winston Churchill una invitación para el estreno de una de sus obras de teatro, y en la que había escrito lo siguiente: “Puede venir acompañado de un amigo… si es que lo encuentra”.

A lo que Churchill, aceptando la indirecta, le responde agradeciéndole ser su invitado con una lacónica y similar respuesta, no exenta de punzante ironía: “Gracias por la invitación. Hoy no puedo. Iré otro día… si es que hay más sesiones”.

Vamos cerrando. Si como vemos se hacía tan difícil lograr un buen amigo en épocas pretéritas, me pregunto: ¿En la era de Facebook, en la que apenas destinamos tiempo para cultivar las relaciones directas, podemos pensar que se ha terminado la verdadera amistad y empiezan otras formas de contactos e intercambios a las que tendremos que ponerle otro nombre?

¿Preferimos y nos conformamos ya con un tipo de relación que no nos ate a muchos compromisos y por el temor a ser defraudados? Finalmente, ¿hay que olvidarse de la sincera amistad y pensar que los lazos fuertes son los que nos vienen dados de los vínculos familiares, que permanecen con el paso del tiempo, aunque en ellos no encontremos esos gratos sentimientos de los que nos hablaba Epicuro?

Posdata: Amigo lector / amiga lectora, si has llegado al final del artículo sin bostezar, me gustaría saber tu opinión sobre un tema que me interesa mucho. Gracias anticipadas.

AURELIANO SÁINZ
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