Nací en Alburquerque, un pueblo extremeño al norte de la provincia de Badajoz, muy próximo a la frontera portuguesa. Se encuentra en lo alto de una escarpada montaña, cuya parte superior aparece coronada por una bella fortaleza medieval, que puede divisarse a muchos kilómetros de distancia antes de alcanzar sus cercanías.
En los años de mi infancia, mi vida, como la de aquellos muchachos de la generación que conoció la dictadura franquista, se desarrollaba la mayor parte del tiempo en la calle, jugando con los amigos en pandillas. A la calle tendría que añadir algo más: el hecho de que el pueblo se encontrara en el flanco sur de la sierra de San Pedro facilitaba que los juegos se ampliaran a todo un territorio marcado por montes, valles, barrancos y algunas dehesas.
De aquel tiempo, uno de los recuerdos que permanecen imborrables en mi memoria es el contacto con portugueses que vivían en el propio pueblo o en caseríos cercanos, o, de modo indirecto, con aquellos cuyo trabajo consistía en traer el exquisito café portugués por las noches atravesando, con sacos a las espaldas, los montes para evitar la vigilancia de la Guardia Civil.
Ese contacto tan estrecho dio lugar a que todo lo que fuera de Portugal lo sintiéramos como muy próximo, como si formara parte de nuestras vidas. No era, pues, de extrañar que la mayoría habláramos muchas palabras y expresiones de esa lengua que nos parecía muy melosa y con ciertos tintes melancólicos, en consonancia con el carácter de los propios portugueses.
Puesto que, por aquellos años, los pueblos de tamaño medio o pequeño carecían de instituto, el Bachillerato lo tuve que realizar en Badajoz. Y si hablo de la cercanía de Alburquerque, resulta que la capital pacense se acercaba aún más, ya que se encontraba a tan solo cinco kilómetros de Elvas, un hermoso pueblo, siempre muy limpio, como todos los del país vecino.
Como digo, esta constante proximidad y los múltiples viajes por tierras portuguesas dieron lugar a que siempre me haya sentido muy cercano a este país. Pero no es solo algo que experimentemos quienes hemos nacido en tierras colindantes con las lusas, he de recordar que España y Portugal formaron parte del mismo Estado durante décadas, entre los años 1580 y 1640, bajo los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV.
Lamentablemente, ambos países también sufrieron, de modo paralelo, largas dictaduras militares en el siglo pasado. No obstante, ellos acabaron con la dictadura del general Salazar antes que nosotros viéramos fenecer la del general Franco, ya que este último falleció en la cama, rodeado de toda una parafernalia médica, religiosa y mediática.
La dictadura salazarista terminó abruptamente en el año 1974. Por entonces, yo me encontraba en Sevilla estudiando en los últimos cursos de Arquitectura. Eran años de grandes movimientos y luchas en contra de la dictadura franquista que se tambaleaba al tiempo que su máxima figura decrepitaba.
La gran sorpresa del país vecino vino de manos de una noticia que corrió como la pólvora el 25 de abril de 1974. Ese día, el Movimiento de las Fuerzas Armadas portuguesas, a la señal convenida de los sones de Grândola, Vila Morena, a las 12 de la noche del día anterior y en Rádio Renascença, inició lo que llegaría a conocerse como la Revolución de los Claveles. Revolución pacífica y apoyada con júbilo por casi toda la población.
De este modo, la hermosa canción de José “Zeca” Afonso se convertiría en un verdadero himno de lucha y de cambio; del paso de una sociedad muerta y estancada a otra en la que las libertades y los deseos de justicia, de fraternidad y de igualdad social se hicieran realidad.
Como quizás muchos de los lectores no la conozcan, traigo aquí unos fragmentos de esta canción, y que hoy, por suerte, es posible escuchar fácilmente a través de YouTube:
Grândola, vila morena / Terra da fraternidade / O povo é quem mais ordena / Dentro de ti, ó cidade / Em cada esquina um amigo / Em cada rosto igualdade / Grândola, vila morena / Terra da fraternidade (Grândola, villa morena / Tierra de fraternidad / El pueblo es quien más ordena / Dentro de ti, oh ciudad / En cada esquina, un amigo / En cada rostro, igualdad / Grândola, villa morena, Tierra de fraternidad).
En el verano de aquel año, nada más terminar el curso, un grupo de amigos nos agenciamos un coche para, con nuestras mochilas y tienda de campaña, recorrer un país que salía de los años tristes y oscuros y que para nosotros representaba una esperanza en la que mirarnos.
Por suerte, al año siguiente, la dictadura franquista también cerró sus puertas. Eso sí, tal como sabemos, con el dictador tranquilo en la cama.
Pasan los años, transcurre el tiempo. Y como siempre en la vida, los logros y las decepciones se mezclan entre sí. Pero hay momentos en los que la esperanza vuelve a renacer y las canciones que nos han acompañado reviven, ya que quedan como latentes a la espera de ser despertadas.
Es lo que ocurrió entre el 29 de octubre y el 1 de noviembre de 2005, cuando en Córdoba se celebró el Foro Ibérico por la Educación. Estuvimos trabajando muchos miembros de varias organizaciones sociales para llevarlo adelante. De este modo, en la capital cordobesa se dieron cita 1.200 personas, ligadas de un nodo u otro a la enseñanza, y venidas de todos los puntos de la geografía ibérica.
Fueron días de afianzamiento y renacer de muchos de los sueños, especialmente entre aquellos a los cuales el pelo blanco nos delata el paso del tiempo. Pero lo más emocionante apareció cuando en la marcha que hicimos por el centro de la ciudad un grupo de profesores portugueses comenzó a cantar Grândola, Vila Morena. A ellos nos unimos todos los que conocíamos la canción de José Afonso. Fue una marcha llena de júbilo y de esperanza, en la que nos sentíamos fraternalmente unidos, tal como dice la propia letra.
Desde este encuentro han pasado unos años más y, otra vez, en Portugal vuelve a entonarse por todo un pueblo y con fuerza esta canción, porque este país, al igual que el nuestro, vive una nueva dictadura: la dictadura de los mercados, que, día a día, empobrece más y más a una población que se da cuenta de que la solución es luchar unidos contra esta forma de opresión.
Y es lo que ha sucedido hace unos días, el pasado sábado 2 de marzo, cuando en la capital portuguesa, Lisboa, y en más de treinta localidades, salió a la calle, según los convocantes, más de millón y medio de personas. Sería, otra vez, en la Plaza del Comercio donde volvería a escucharse el viejo himno de la Revolución de los Claveles, reverdecido por las nuevas generaciones que se han sumado con fuerza y entusiasmo. Así, miles y miles de personas recordaron esta canción convertida en un himno de lucha y de esperanza. Otra vez, un pueblo se une para hacerle frente a la dictadura del capital.
Para cerrar este breve homenaje a la canción de José Afonso, pienso que quizás tengamos que hacer nuestra esa frase de Susan George, la presidenta de honor de Attac, cuando en la reciente presentación de su libro, El Informe Lugano II, decía que “el pueblo tiene que luchar, reaccionar frente a las agresiones tal como ahora lo hace, ya que hoy son los movimientos sociales la mayor preocupación de los multimillonarios que quieren mantener el capitalismo más extremo a toda costa”.
Si lo desea, puede compartir este contenido: En los años de mi infancia, mi vida, como la de aquellos muchachos de la generación que conoció la dictadura franquista, se desarrollaba la mayor parte del tiempo en la calle, jugando con los amigos en pandillas. A la calle tendría que añadir algo más: el hecho de que el pueblo se encontrara en el flanco sur de la sierra de San Pedro facilitaba que los juegos se ampliaran a todo un territorio marcado por montes, valles, barrancos y algunas dehesas.
De aquel tiempo, uno de los recuerdos que permanecen imborrables en mi memoria es el contacto con portugueses que vivían en el propio pueblo o en caseríos cercanos, o, de modo indirecto, con aquellos cuyo trabajo consistía en traer el exquisito café portugués por las noches atravesando, con sacos a las espaldas, los montes para evitar la vigilancia de la Guardia Civil.
Ese contacto tan estrecho dio lugar a que todo lo que fuera de Portugal lo sintiéramos como muy próximo, como si formara parte de nuestras vidas. No era, pues, de extrañar que la mayoría habláramos muchas palabras y expresiones de esa lengua que nos parecía muy melosa y con ciertos tintes melancólicos, en consonancia con el carácter de los propios portugueses.
Puesto que, por aquellos años, los pueblos de tamaño medio o pequeño carecían de instituto, el Bachillerato lo tuve que realizar en Badajoz. Y si hablo de la cercanía de Alburquerque, resulta que la capital pacense se acercaba aún más, ya que se encontraba a tan solo cinco kilómetros de Elvas, un hermoso pueblo, siempre muy limpio, como todos los del país vecino.
Como digo, esta constante proximidad y los múltiples viajes por tierras portuguesas dieron lugar a que siempre me haya sentido muy cercano a este país. Pero no es solo algo que experimentemos quienes hemos nacido en tierras colindantes con las lusas, he de recordar que España y Portugal formaron parte del mismo Estado durante décadas, entre los años 1580 y 1640, bajo los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV.
Lamentablemente, ambos países también sufrieron, de modo paralelo, largas dictaduras militares en el siglo pasado. No obstante, ellos acabaron con la dictadura del general Salazar antes que nosotros viéramos fenecer la del general Franco, ya que este último falleció en la cama, rodeado de toda una parafernalia médica, religiosa y mediática.
La dictadura salazarista terminó abruptamente en el año 1974. Por entonces, yo me encontraba en Sevilla estudiando en los últimos cursos de Arquitectura. Eran años de grandes movimientos y luchas en contra de la dictadura franquista que se tambaleaba al tiempo que su máxima figura decrepitaba.
La gran sorpresa del país vecino vino de manos de una noticia que corrió como la pólvora el 25 de abril de 1974. Ese día, el Movimiento de las Fuerzas Armadas portuguesas, a la señal convenida de los sones de Grândola, Vila Morena, a las 12 de la noche del día anterior y en Rádio Renascença, inició lo que llegaría a conocerse como la Revolución de los Claveles. Revolución pacífica y apoyada con júbilo por casi toda la población.
De este modo, la hermosa canción de José “Zeca” Afonso se convertiría en un verdadero himno de lucha y de cambio; del paso de una sociedad muerta y estancada a otra en la que las libertades y los deseos de justicia, de fraternidad y de igualdad social se hicieran realidad.
Como quizás muchos de los lectores no la conozcan, traigo aquí unos fragmentos de esta canción, y que hoy, por suerte, es posible escuchar fácilmente a través de YouTube:
Grândola, vila morena / Terra da fraternidade / O povo é quem mais ordena / Dentro de ti, ó cidade / Em cada esquina um amigo / Em cada rosto igualdade / Grândola, vila morena / Terra da fraternidade (Grândola, villa morena / Tierra de fraternidad / El pueblo es quien más ordena / Dentro de ti, oh ciudad / En cada esquina, un amigo / En cada rostro, igualdad / Grândola, villa morena, Tierra de fraternidad).
En el verano de aquel año, nada más terminar el curso, un grupo de amigos nos agenciamos un coche para, con nuestras mochilas y tienda de campaña, recorrer un país que salía de los años tristes y oscuros y que para nosotros representaba una esperanza en la que mirarnos.
Por suerte, al año siguiente, la dictadura franquista también cerró sus puertas. Eso sí, tal como sabemos, con el dictador tranquilo en la cama.
Pasan los años, transcurre el tiempo. Y como siempre en la vida, los logros y las decepciones se mezclan entre sí. Pero hay momentos en los que la esperanza vuelve a renacer y las canciones que nos han acompañado reviven, ya que quedan como latentes a la espera de ser despertadas.
Es lo que ocurrió entre el 29 de octubre y el 1 de noviembre de 2005, cuando en Córdoba se celebró el Foro Ibérico por la Educación. Estuvimos trabajando muchos miembros de varias organizaciones sociales para llevarlo adelante. De este modo, en la capital cordobesa se dieron cita 1.200 personas, ligadas de un nodo u otro a la enseñanza, y venidas de todos los puntos de la geografía ibérica.
Fueron días de afianzamiento y renacer de muchos de los sueños, especialmente entre aquellos a los cuales el pelo blanco nos delata el paso del tiempo. Pero lo más emocionante apareció cuando en la marcha que hicimos por el centro de la ciudad un grupo de profesores portugueses comenzó a cantar Grândola, Vila Morena. A ellos nos unimos todos los que conocíamos la canción de José Afonso. Fue una marcha llena de júbilo y de esperanza, en la que nos sentíamos fraternalmente unidos, tal como dice la propia letra.
Desde este encuentro han pasado unos años más y, otra vez, en Portugal vuelve a entonarse por todo un pueblo y con fuerza esta canción, porque este país, al igual que el nuestro, vive una nueva dictadura: la dictadura de los mercados, que, día a día, empobrece más y más a una población que se da cuenta de que la solución es luchar unidos contra esta forma de opresión.
Y es lo que ha sucedido hace unos días, el pasado sábado 2 de marzo, cuando en la capital portuguesa, Lisboa, y en más de treinta localidades, salió a la calle, según los convocantes, más de millón y medio de personas. Sería, otra vez, en la Plaza del Comercio donde volvería a escucharse el viejo himno de la Revolución de los Claveles, reverdecido por las nuevas generaciones que se han sumado con fuerza y entusiasmo. Así, miles y miles de personas recordaron esta canción convertida en un himno de lucha y de esperanza. Otra vez, un pueblo se une para hacerle frente a la dictadura del capital.
Para cerrar este breve homenaje a la canción de José Afonso, pienso que quizás tengamos que hacer nuestra esa frase de Susan George, la presidenta de honor de Attac, cuando en la reciente presentación de su libro, El Informe Lugano II, decía que “el pueblo tiene que luchar, reaccionar frente a las agresiones tal como ahora lo hace, ya que hoy son los movimientos sociales la mayor preocupación de los multimillonarios que quieren mantener el capitalismo más extremo a toda costa”.
AURELIANO SÁINZ