A los políticos, conocidos los últimos escándalos, debería prohibírseles que cuadraran los Presupuestos Generales del Estado a su antojo. Pero también convendría encontrar procedimientos reglados para que no manejaran las metáforas a su antojo. Leo en la prensa una frase de Rajoy que me ha hecho salivar agua marina: “Hemos evitado el naufragio”. Y me he preguntado meditabundo y preocupado qué querrá decir con eso del naufragio.
Primero, porque no creo que un presidente que ganaba tres sueldos disponga de tiempo libre, después de contar los billetes, para abrir un diccionario y buscar el significado de todas las palabras. Y más, un significado simbólico, como es el caso.
Y después, porque no recuerdo haberlo visto embutido en bañador en ninguna fotografía de prensa. Es posible –me atrevo a insinuar- que ni siquiera sepa nadar, con lo que el supuesto del naufragio le viene de oídas –más que de bebidas-.
Sin embargo, su antecesor, don Manuel Fraga, lució bañador de época con la crisis de Palomares. Y hasta creo recordar que José María Aznar también lució tipo, aunque él nunca creyó en ninguna crisis cuyo origen fuera su propio partido.
Se ve que Rajoy no ha leído a Rafael Reig, que inundó todo Madrid de agua y sabiduría creadora en una de sus novelas. Y se ve, sobre todo, que no sale a la calle. Así que no se percata de los maderos que flotan a contracorriente de un navío que se jodió hace unos años y que lo llamaron "burbuja inmobiliaria", y cuyas secuelas todavía hacen imposible la navegación hacia un futuro más prometedor.
No sale a la calle, así que no ve cómo muchos ciudadanos se agarran al flotador del patito que es su sueldo de mierda para llegar a final de mes, y cómo otros dibujan señales de socorro con la mano antes de que se los trague la marea del desencanto o del desahucio, y cómo algunos otros hacen señales de humo en las ascuas de un ERE inoportuno y no deseado. Rajoy no ve la calle porque no tiene ventanas con vistas en su palacio que den a la plaza central del desencanto colectivo.
Algunas veces, los periodistas quisieran saludarlo, sólo saludarlo. Ya ni se les pasa por la cabeza preguntar nada. La canalla siempre jodiendo, ya se sabe. Pero él no se deja. Ahora bien, para que nadie olvide quién es quien gobierna, se deja ver en la pantalla, como si fuese una nueva modalidad de rueda de prensa.
No sólo innova con el lenguaje. También con las herramientas de la comunicación corporativa. ¿Dónde habrá comprado este hombre a sus asesores de comunicación que le están rompiendo en pocas estacadas su perfil tan impreciso y huidizo? De los conocimientos sobre comunicación por parte de González Pons, prefiero no hablar. Si yo lo tuviese que examinar no podría salir del país en ningún mes de septiembre.
En este país, el único que sabe manejar las metáforas con acierto y sabiduría es El Roto. Él dibuja a un matrimonio que pasea por la calle. Ella mira los escaparates de su propia nostalgia y dice al marido: “¿Te acuerdas de cuando comprábamos?”. El marido, que mira para otro lado o hacia ninguna parte, responde sencillamente y sin titubeos: “No”. Eso es el naufragio. Que alguien se lo diga a Rajoy.
Primero, porque no creo que un presidente que ganaba tres sueldos disponga de tiempo libre, después de contar los billetes, para abrir un diccionario y buscar el significado de todas las palabras. Y más, un significado simbólico, como es el caso.
Y después, porque no recuerdo haberlo visto embutido en bañador en ninguna fotografía de prensa. Es posible –me atrevo a insinuar- que ni siquiera sepa nadar, con lo que el supuesto del naufragio le viene de oídas –más que de bebidas-.
Sin embargo, su antecesor, don Manuel Fraga, lució bañador de época con la crisis de Palomares. Y hasta creo recordar que José María Aznar también lució tipo, aunque él nunca creyó en ninguna crisis cuyo origen fuera su propio partido.
Se ve que Rajoy no ha leído a Rafael Reig, que inundó todo Madrid de agua y sabiduría creadora en una de sus novelas. Y se ve, sobre todo, que no sale a la calle. Así que no se percata de los maderos que flotan a contracorriente de un navío que se jodió hace unos años y que lo llamaron "burbuja inmobiliaria", y cuyas secuelas todavía hacen imposible la navegación hacia un futuro más prometedor.
No sale a la calle, así que no ve cómo muchos ciudadanos se agarran al flotador del patito que es su sueldo de mierda para llegar a final de mes, y cómo otros dibujan señales de socorro con la mano antes de que se los trague la marea del desencanto o del desahucio, y cómo algunos otros hacen señales de humo en las ascuas de un ERE inoportuno y no deseado. Rajoy no ve la calle porque no tiene ventanas con vistas en su palacio que den a la plaza central del desencanto colectivo.
Algunas veces, los periodistas quisieran saludarlo, sólo saludarlo. Ya ni se les pasa por la cabeza preguntar nada. La canalla siempre jodiendo, ya se sabe. Pero él no se deja. Ahora bien, para que nadie olvide quién es quien gobierna, se deja ver en la pantalla, como si fuese una nueva modalidad de rueda de prensa.
No sólo innova con el lenguaje. También con las herramientas de la comunicación corporativa. ¿Dónde habrá comprado este hombre a sus asesores de comunicación que le están rompiendo en pocas estacadas su perfil tan impreciso y huidizo? De los conocimientos sobre comunicación por parte de González Pons, prefiero no hablar. Si yo lo tuviese que examinar no podría salir del país en ningún mes de septiembre.
En este país, el único que sabe manejar las metáforas con acierto y sabiduría es El Roto. Él dibuja a un matrimonio que pasea por la calle. Ella mira los escaparates de su propia nostalgia y dice al marido: “¿Te acuerdas de cuando comprábamos?”. El marido, que mira para otro lado o hacia ninguna parte, responde sencillamente y sin titubeos: “No”. Eso es el naufragio. Que alguien se lo diga a Rajoy.
ANTONIO LÓPEZ HIDALGO