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La casa de la mediación

“Fue una tarde de otoño en la que una joven, perdida y desorientada, andaba por un camino buscando la salida de aquel frondoso bosque, cuando de pronto alcanzó una bonita casa escondida entre los árboles. Se acercó, llamó y se abrieron de par en par sus puertas. Una voz salió del fondo, la invitó a entrar y a hacer de aquella su casa. La voz le sugirió disfrutar de la comodidad de sus muebles, admirar los cuadros que colgaban de sus paredes, y hacer uso de las cortinas y lámparas, mover las mesas o sillas a su gusto, de forma que todo quedara lo más acogedor posible para ella…”.

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Bien podría ser el comienzo de un bonito cuento, mi cuento, porque así es como yo recuerdo mi comienzo en la mediación, como un mundo desconocido para mi, al cual llegué, sin saber muy bien de qué se trataba, y al que, a día de hoy, no sólo considero mi profesión sino una forma de entender las relaciones humanas.

Hoy ya puedo decir, orgullosa, que soy y me siento mediadora, y cuando se lo hago saber a mis amigos, familiares y conocidos, lo que recibo es un gesto que mezcla la perplejidad de mi entusiasmo, con el absoluto desconocimiento de lo que les estoy hablando, algo parecido a lo que experimenté cuando les dije que quería ser trabajadora social. Pero eso lo dejo para otro día.


Es por esto que, llegados a este punto, creo que es el momento de explicar desde mi perspectiva, qué es la mediación y, en particular, la mediación familiar, habitación de la “casa” en la que me he instalado. Sin entrar en tecnicismos que dificulten aún más la explicación, sólo os diré que la mediación se puede entender como el proceso en el que dos o más partes enfrentadas buscan alcanzar un acuerdo común, con la ayuda de un tercero, neutral y ajeno al conflicto.

De una definición tan amplia, y viendo que se puede aplicar a cualquier ámbito donde se relacionen las personas, es lógico que necesite de un “apellido” que nos ayude a especificar qué y dónde se encuentra el conflicto. Podemos encontrarnos con mediación educativa, mediación intercultural, mediación comunitaria, mediación penal... y, entre ellas, la mediación familiar.

Fruto del conocimiento de años y la experiencia, me atrevo a definir la mediación familiar como “el proceso de gestión de un conflicto en el que la intervención de un tercero, el mediador o mediadora, permite restablecer la comunicación entre las partes además de capacitarlos para mejorar su relación, de modo que favorezca el alcance de un acuerdo equitativo, duradero, estable y en pro del bienestar de los menores implicados”.

Esta definición, que puede parecer retorica, tan sólo viene a poner el acento en la comunicación y en la relación de las personas enfrentadas como herramientas para llegar a un acuerdo común, más allá del conflicto en sí.

Tradicionalmente la solución última de los problemas, sean del tipo que sean, ha venido de la mano de la justicia, y amparada por un conjunto de leyes y normas que capacitan al juez para tomar una decisión en un sentido u otro. Es lo que hasta ahora se le llama la "cultura del ganar o del perder". Porque en toda resolución judicial hay quien gana, y quien pierde.

En mi opinión, en el ámbito de la familia, la vía judicial no resuelve realmente los conflictos, ya que puede dar una resolución al conflicto puntual, pero deja atrás la relación entre las partes, sus emociones, y si esa relación no mejora: es muy probable que surjan en el futuro más enfrentamientos que, de nuevo, lleven a las familias a los juzgados.

Todos conocemos desgraciadamente parejas que se pasan la vida pleiteando en relación a su separación (modificaciones de medida, reformulación del convenio regulador, guarda y custodia de los menores, etc.) o esos hermanos que hacen del juzgado el único lugar de encuentro poniendo como excusa una mísera herencia mal repartida.

He aquí la importancia de la mediación que, sin ser una varita mágica que resuelve estas cuestiones, sí viene a gestionar los conflictos desde otra perspectiva, desde la mejora de la comunicación, la recuperación de la relación entre las partes, trabajando en las emociones y en los sentimientos que se experimentan cuando te enfrentas a un ser querido, utilizando el sentido común que, en muchos casos, perdemos durante nuestra pelea, para que desde ahí sean los propios protagonistas los que cojan las riendas de la situación y planteen alternativas para alcanzar un acuerdo.

Nadie mejor que ellos conoce su vida y la situación real del otro. De esta manera, las partes sienten el acuerdo como propio: han sido ellos quienes, con la ayuda del mediador, han decidido cómo resolver su problema, y cómo será su relación a partir de este momento. Sin terceras personas en las que delegar nuestros fallos u obligaciones, sino asumiendo juntos la responsabilidad de nuestras acciones y planteando soluciones.

Cuando se trata de gestionar conflictos familiares, se debe tener presente en todo momento el vínculo que existe entre las partes. Se trata de gestionar una relación afectiva, emocional y/o de parentesco que ha sufrido una ruptura, bien de repente, o fruto de una sucesión de problemas. También es muy relevante conocer cuál ha sido el motivo de la disputa y en qué momento de la relación ha sucedido.

Es igual de importante conocer la influencia exterior, es decir, la influencia que tienen el resto de familiares, los amigos, la cultura o religión, dado el caso, ya que conocer todo esto permite acotar mejor el conflicto.

Y, por supuesto, cómo es la relación entre ambos en el momento de comenzar la mediación y durante las sesiones (se miran entre ellos, se hablan, o por el contrario se evitan, o se muestran desafiantes en sus intervenciones hacia el otro...). Estos factores permiten hacer una valoración del conflicto en todos sus niveles, y facilita al mediador el diseño de la estrategia que se seguirá en cada caso. Todo esto no se realiza de forma arbitraria, sino que responde a un proceso estructurado recogido en la legislación y que ofrece a la mediación familiar un carácter profesional.

La mediación es un mundo amplio, como amplias son las relaciones humanas, pero a la vez atrayente. Me atrae de él ayudar a las partes a recordar aquellos buenos momentos que vivieron antes de la ruptura, el valor incalculable de la relación que mantenían en contraposición de lo que vienen reclamando; me gusta ver cómo poco a poco aprenden a apartar lo que les diferencia y trabajar por lo que les une, aunque sea por separado.

Desde aquí os animo a todos a que conozcáis la mediación, que la contempléis como un método real y eficaz para resolver diferentes conflictos que puedan surgir. Desde esta columna os haré partícipes de mis vivencias en este ámbito, ofreceré ejemplos sobre casos reales en los que he participado, información para gestionar situaciones de conflicto, a la vez que os invito a que utilicéis este espacio, y mi humilde experiencia para guiaros por esta “gran casa” que es la mediación.

MARÍA JESÚS ORTIZ
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