Asistimos impertérritos a la proliferación de plataformas y partidos políticos liderados por regeneradores de la democracia que llevan 35 años ejerciendo la política activa. Actúan como si llevaran tres décadas de dependientes de Zara o como si pasaran por ahí. Saben señalar los culpables del desplome económico español, lo único que necesitan para ser aclamados en las plazas públicas como dioses laicos de la indignación.
Los hay de todas las tendencias políticas. Han preferido ser cabeza de león a cola de ratón y arengan como si pasaran por ahí cuando estalló la crisis económica que ha revelado que el sistema democrático español languidece a pasos agigantados. Su comportamiento es el claro ejemplo de lo mal que está la democracia española: inquilinos del sistema que se despeña se ofrecen a tapar sus grietas. Y no se sonrojan ni una mijita.
La líder indignada más afamada es Rosa Díez. Tras no conseguir liderar las secretarías generales de los socialistas vascos y españoles, se inventó una narrativa política que contradecía la que había verbalizado tan solo unos meses antes. De formar parte de un gobierno en coalición con el PNV, ha transmutado en el ariete contra los nacionalismos periféricos. De integrar el sector más vasquista de los socialistas vascos a ser la reencarnación de Isabel La Católica. Sin complejos.
Francisco Álvarez Cascos, integrante de los gobiernos de José María Aznar y secretario general del PP en los noventa, pasó de liderar un partido político centralista a fundar una opción electoral regionalista que defiende a Asturias de la insolidaridad del centralismo madrileño. Un centralista de la escuela de Don Pelayo convertido en asturianista en menos de seis meses. Tampoco muestra el más mínimo sonrojo.
Joaquín Leguina, el que fuera presidente de la Comunidad de Madrid entre 1982 y 1995 y diputado socialista hasta 2006, es otro espécimen de esta moda del cinismo convertida en trending topic. Criticador profesional, en los medios de la TDT party, de los sueldos de los políticos, los coches oficiales y las prebendas de lo que él llama “casta política”, goza de coche oficial y un sueldo de 70.000 euros anuales por formar parte del Consejo Consultivo de la Comunidad Madrid: un acomodo que le facilitó Gallardón al aprobar una ley hecha a medida del indignado Leguina. Incluso se atreve a pedir la intervención militar en Cataluña a pesar de que votó a favor del Estatuto de Autonomía de Cataluña cuando se tramitó en el Congreso de los Diputados.
Mario Conde es otro de los dioses autoproclamados para acabar con todos los males que nos acechan. Sólo en España un condenado y encarcelado por corrupción podría criticar la corrupción, dar lecciones de regeneración democrática y fundar un partido político para aplicar su discurso indignado.
Otro dios de la regeneración que se puso de moda el verano pasado es el andaluz Sánchez Gordillo. El eterno indignado que a los 23 años ya era alcalde de su pueblo lleva más de tres décadas siendo el máximo dirigente de Marinaleda, cosa que no le impide llamar a regenerar la democracia. También da lecciones de democracia participativa aunque lleva un año sin convocar un pleno en su Ayuntamiento y aún se espera su primera iniciativa parlamentaria en el Parlamento de Andalucía, donde también ocupa un escaño.
Pero el dios de la religión politeísta que más minutos de televisión ocupa es Julio Anguita. El comunista indignado se ha convertido a la ideología que proclama que la solución a la crisis ha de ser “ni de izquierdas ni derechas”. El cordobés ha creado una egoplataforma, llamada "Somos Mayoría", donde anima a los ciudadanos a no votar “porque no nos representan”.
Anguita puede parecer candidato de Escaños en Blanco pero la realidad es que ha optado a todo y más dentro de lo electoralmente posible. Otra de las aficiones de Anguita es arengar sobre la pureza de la izquierda, obviando que él fue parte de la estrategia orquestada por El Mundo y secundada por el PP de José María Aznar para impedir la formación de coaliciones gubernamentales entre el PSOE e IU en la década de los noventa.
La última en llegar a esta moda tan cañí es la becaria Esperanza Aguirre, que se ofrece para regenerar la democracia después de cuatro décadas montada en coche oficial. A río revuelto, ganancia de pecadores. La indignación es una buena oportunidad para hacer caja. Lo llaman regeneración democrática pero se ha convertido en el negocio de la indignación. Es la lógica de la publicidad adaptada a la indignación 2.0. Soluciones sencillas para problemas complejos.
Los hay de todas las tendencias políticas. Han preferido ser cabeza de león a cola de ratón y arengan como si pasaran por ahí cuando estalló la crisis económica que ha revelado que el sistema democrático español languidece a pasos agigantados. Su comportamiento es el claro ejemplo de lo mal que está la democracia española: inquilinos del sistema que se despeña se ofrecen a tapar sus grietas. Y no se sonrojan ni una mijita.
La líder indignada más afamada es Rosa Díez. Tras no conseguir liderar las secretarías generales de los socialistas vascos y españoles, se inventó una narrativa política que contradecía la que había verbalizado tan solo unos meses antes. De formar parte de un gobierno en coalición con el PNV, ha transmutado en el ariete contra los nacionalismos periféricos. De integrar el sector más vasquista de los socialistas vascos a ser la reencarnación de Isabel La Católica. Sin complejos.
Francisco Álvarez Cascos, integrante de los gobiernos de José María Aznar y secretario general del PP en los noventa, pasó de liderar un partido político centralista a fundar una opción electoral regionalista que defiende a Asturias de la insolidaridad del centralismo madrileño. Un centralista de la escuela de Don Pelayo convertido en asturianista en menos de seis meses. Tampoco muestra el más mínimo sonrojo.
Joaquín Leguina, el que fuera presidente de la Comunidad de Madrid entre 1982 y 1995 y diputado socialista hasta 2006, es otro espécimen de esta moda del cinismo convertida en trending topic. Criticador profesional, en los medios de la TDT party, de los sueldos de los políticos, los coches oficiales y las prebendas de lo que él llama “casta política”, goza de coche oficial y un sueldo de 70.000 euros anuales por formar parte del Consejo Consultivo de la Comunidad Madrid: un acomodo que le facilitó Gallardón al aprobar una ley hecha a medida del indignado Leguina. Incluso se atreve a pedir la intervención militar en Cataluña a pesar de que votó a favor del Estatuto de Autonomía de Cataluña cuando se tramitó en el Congreso de los Diputados.
Mario Conde es otro de los dioses autoproclamados para acabar con todos los males que nos acechan. Sólo en España un condenado y encarcelado por corrupción podría criticar la corrupción, dar lecciones de regeneración democrática y fundar un partido político para aplicar su discurso indignado.
Otro dios de la regeneración que se puso de moda el verano pasado es el andaluz Sánchez Gordillo. El eterno indignado que a los 23 años ya era alcalde de su pueblo lleva más de tres décadas siendo el máximo dirigente de Marinaleda, cosa que no le impide llamar a regenerar la democracia. También da lecciones de democracia participativa aunque lleva un año sin convocar un pleno en su Ayuntamiento y aún se espera su primera iniciativa parlamentaria en el Parlamento de Andalucía, donde también ocupa un escaño.
Pero el dios de la religión politeísta que más minutos de televisión ocupa es Julio Anguita. El comunista indignado se ha convertido a la ideología que proclama que la solución a la crisis ha de ser “ni de izquierdas ni derechas”. El cordobés ha creado una egoplataforma, llamada "Somos Mayoría", donde anima a los ciudadanos a no votar “porque no nos representan”.
Anguita puede parecer candidato de Escaños en Blanco pero la realidad es que ha optado a todo y más dentro de lo electoralmente posible. Otra de las aficiones de Anguita es arengar sobre la pureza de la izquierda, obviando que él fue parte de la estrategia orquestada por El Mundo y secundada por el PP de José María Aznar para impedir la formación de coaliciones gubernamentales entre el PSOE e IU en la década de los noventa.
La última en llegar a esta moda tan cañí es la becaria Esperanza Aguirre, que se ofrece para regenerar la democracia después de cuatro décadas montada en coche oficial. A río revuelto, ganancia de pecadores. La indignación es una buena oportunidad para hacer caja. Lo llaman regeneración democrática pero se ha convertido en el negocio de la indignación. Es la lógica de la publicidad adaptada a la indignación 2.0. Soluciones sencillas para problemas complejos.
RAÚL SOLÍS