El año 2013 se inicia con una cuesta cuya pendiente, desde el primer tramo de enero, hace dificultosa su subida con el peso de las carestías del coste de la vida, en lo económico; la merma del trabajo y de los salarios, en lo laboral; y unas perspectivas en lo político altamente desmoralizantes. Más que una cuesta parece el ascenso a una cumbre alpina que nos ocupará el año entero. Es todo un 2013 cuesta arriba, con el estigma añadido de un número con mal fario.
Para empezar, 2013 será el quinto año de una crisis que nos mantiene hundidos en recesión y en el que nadie nos libra de alcanzar el indeseado récord de los seis millones de desempleados, elevando la cota hasta el 27 por ciento de paro, y con un déficit público rondando el 6 por ciento del PIB, según previsiones de todos los organismos encargados de contabilizar nuestra ruina (CE, BBVA y FMI).
Todo lo cual indica que los objetivos del Gobierno para este año serán los de seguir por la senda de los “ajustes” y las reformas a cualquier precio, con tal de “adelgazar” aún más todo “gasto” que no haya sido sometido ya a una dieta anoréxica.
Nos espera, pues, una purga de adelgazamiento que nos llevará a lucir una figurita estilizada, al gusto de los dietistas alemanes, pero que nos dejará sin fuerzas para alzar el brazo o levantar la voz cuando queramos hacer un denodado esfuerzo de protesta.
Con todos los recortes inimaginables en salarios de funcionarios, prestaciones sociales, sanidad, educación, pensiones e inversiones públicas, junto al retroceso en materia de libertades y derechos individuales al que se está sometiendo a la sociedad española, el Gobierno de Mariano Rajoy dispone aún de margen (cada vez más escaso, eso sí) para continuar con sus planes de control del déficit como único objetivo, aunque una parada cardíaca acabe postrando la actividad económica en un estado caquéctico. Parece estar convencido el doctor Rajoy, al atender nuestra salud económica, que un fallecido con los controles en valores normales es preferible a un vivo con alteraciones analíticas.
Es por ello que todavía nos aguarda en 2013 una reforma de las Administraciones Públicas, en la que ya se han conseguido acuerdos con el PSOE para proceder a una “poda” en las corporaciones locales, consistente -en principio- en limitar el sueldo de los alcaldes y concejales y en reducir un número importante de mancomunidades. Con todo, el Gobierno espera el dictamen de una comisión creada al efecto para profundizar y extender esta reforma a todos los niveles de la Administración.
Al mismo tiempo, se procederá a una regulación centralista de la unidad de mercado con la intención de “atajar” las excesivas normas de los gobiernos autonómicos que intervienen multiplicando los dispersos requisitos de la burocracia comercial y mercantil.
También se desarrollará la reforma que emprendió Rodríguez Zapatero sobre las pensiones para elevar progresivamente la edad de jubilación hasta los 67 años, ampliar el período de cómputo en el cálculo de las cuantías y limitar y endurecer la posibilidad de la jubilación parcial y anticipada. Es curioso que hayan sido las empresas públicas las que hayan abusado de las prejubilaciones al ser privatizadas.
Pero el bisturí de Rajoy no se aplica sólo a la “grasa” económica, sino también a la “sustancia gris” de lo ideológico y social. De esta manera, 2013 será también el año en que el Parlamento deberá aprobar la “contrarreforma” sobre el aborto que Alberto Ruiz-Gallardón elaborara atendiendo a los sectores más integristas de su partido y a las presiones indisimuladas de la Conferencia Episcopal Española, lo que nos hará retroceder décadas en un derecho conquistado por la mujer y ponernos a la cola dogmática de Europa.
En cuanto a la enseñanza, la ley para la “mejora” de la calidad educativa (LOMCE) del ministro Wert será otra “reforma a la contra” que este año deberá culminar su procedimiento legislativo parlamentario para que pueda ser aplicada durante el curso 2014-15.
Poco se puede añadir de un proyecto de ley orgánica tan controvertido que consagra la segregación por sexo, el aumento del número de alumnos por clase, las invasiones competenciales del Estado en detrimento del porcentaje autonómico, el incremento de las horas lectivas del profesorado, el “frenazo” a la inmersión lingüística en Comunidades con lengua distinta al castellano, la eliminación completa de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, el retorno de la asignatura de religión o su sustitutiva con peso curricular, el abandono de la introducción de ordenadores, la aplicación de tasas a la Formación Profesional, los exámenes de reválida y el blindaje de los conciertos con centros privados, entre otras medidas “políticas”, como reconoció el propio ministro.
Pero para pena, penita, pena, lo de la sanidad. Sobre los recortes y copagos ya establecidos, este año se tendrá que “apechugar”, además, con los recargos por el uso de las ambulancias, las sillas de ruedas, las muletas y diversas medicinas consideradas “insostenibles” para la Seguridad Social, no para el paciente que sobrevive gracias a ellas.
Se reducirá la cartera básica de servicios, se suprimirán determinadas prestaciones y se privatizarán cuantos hospitales y centros de salud sean precisos. Que todo ello conduzca a un deterioro de la red asistencial pública y al aumento de las listas de espera para cualquier proceso médico-quirúrgico que nuestro afán por enfermar nos depare, parece no importar si lo que se busca es desviar al usuario hacia la medicina privada una vez se sienta insatisfecho y maltratado (en la más apropiada acepción del término) con la sanidad pública.
A grandes rasgos, pues, este será el panorama de un año en que las subidas de impuestos y otros gravámenes, unido al descenso de los ingresos y las pérdidas del poder adquisitivo, harán que la cuesta de enero se prolongue hasta el último día de diciembre.
Subirla se convertirá en un esfuerzo titánico por coronar esa cima ansiada en la que sitúan las esperanzas de una recuperación económica, la creación de empleo y el crecimiento de la actividad que tanto nos prometen, pero que cada vez alejan más en el horizonte.
Con todo, podemos darnos con un canto en los dientes si aún esquivamos la espada de Damocles que supone el rescate total de nuestra economía, la secesión de Cataluña en su huida hacia adelante, la nacionalización de cuantas empresas tengamos practicando la globalización capitalista en Sudamérica y hasta la vuelta a la peseta. Sin ánimo de ser agorero, 2013 se presenta como un camino francamente fatigoso, tan fatigoso como una empinada cuesta interminable. Coged aire.
Para empezar, 2013 será el quinto año de una crisis que nos mantiene hundidos en recesión y en el que nadie nos libra de alcanzar el indeseado récord de los seis millones de desempleados, elevando la cota hasta el 27 por ciento de paro, y con un déficit público rondando el 6 por ciento del PIB, según previsiones de todos los organismos encargados de contabilizar nuestra ruina (CE, BBVA y FMI).
Todo lo cual indica que los objetivos del Gobierno para este año serán los de seguir por la senda de los “ajustes” y las reformas a cualquier precio, con tal de “adelgazar” aún más todo “gasto” que no haya sido sometido ya a una dieta anoréxica.
Nos espera, pues, una purga de adelgazamiento que nos llevará a lucir una figurita estilizada, al gusto de los dietistas alemanes, pero que nos dejará sin fuerzas para alzar el brazo o levantar la voz cuando queramos hacer un denodado esfuerzo de protesta.
Con todos los recortes inimaginables en salarios de funcionarios, prestaciones sociales, sanidad, educación, pensiones e inversiones públicas, junto al retroceso en materia de libertades y derechos individuales al que se está sometiendo a la sociedad española, el Gobierno de Mariano Rajoy dispone aún de margen (cada vez más escaso, eso sí) para continuar con sus planes de control del déficit como único objetivo, aunque una parada cardíaca acabe postrando la actividad económica en un estado caquéctico. Parece estar convencido el doctor Rajoy, al atender nuestra salud económica, que un fallecido con los controles en valores normales es preferible a un vivo con alteraciones analíticas.
Es por ello que todavía nos aguarda en 2013 una reforma de las Administraciones Públicas, en la que ya se han conseguido acuerdos con el PSOE para proceder a una “poda” en las corporaciones locales, consistente -en principio- en limitar el sueldo de los alcaldes y concejales y en reducir un número importante de mancomunidades. Con todo, el Gobierno espera el dictamen de una comisión creada al efecto para profundizar y extender esta reforma a todos los niveles de la Administración.
Al mismo tiempo, se procederá a una regulación centralista de la unidad de mercado con la intención de “atajar” las excesivas normas de los gobiernos autonómicos que intervienen multiplicando los dispersos requisitos de la burocracia comercial y mercantil.
También se desarrollará la reforma que emprendió Rodríguez Zapatero sobre las pensiones para elevar progresivamente la edad de jubilación hasta los 67 años, ampliar el período de cómputo en el cálculo de las cuantías y limitar y endurecer la posibilidad de la jubilación parcial y anticipada. Es curioso que hayan sido las empresas públicas las que hayan abusado de las prejubilaciones al ser privatizadas.
Pero el bisturí de Rajoy no se aplica sólo a la “grasa” económica, sino también a la “sustancia gris” de lo ideológico y social. De esta manera, 2013 será también el año en que el Parlamento deberá aprobar la “contrarreforma” sobre el aborto que Alberto Ruiz-Gallardón elaborara atendiendo a los sectores más integristas de su partido y a las presiones indisimuladas de la Conferencia Episcopal Española, lo que nos hará retroceder décadas en un derecho conquistado por la mujer y ponernos a la cola dogmática de Europa.
En cuanto a la enseñanza, la ley para la “mejora” de la calidad educativa (LOMCE) del ministro Wert será otra “reforma a la contra” que este año deberá culminar su procedimiento legislativo parlamentario para que pueda ser aplicada durante el curso 2014-15.
Poco se puede añadir de un proyecto de ley orgánica tan controvertido que consagra la segregación por sexo, el aumento del número de alumnos por clase, las invasiones competenciales del Estado en detrimento del porcentaje autonómico, el incremento de las horas lectivas del profesorado, el “frenazo” a la inmersión lingüística en Comunidades con lengua distinta al castellano, la eliminación completa de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, el retorno de la asignatura de religión o su sustitutiva con peso curricular, el abandono de la introducción de ordenadores, la aplicación de tasas a la Formación Profesional, los exámenes de reválida y el blindaje de los conciertos con centros privados, entre otras medidas “políticas”, como reconoció el propio ministro.
Pero para pena, penita, pena, lo de la sanidad. Sobre los recortes y copagos ya establecidos, este año se tendrá que “apechugar”, además, con los recargos por el uso de las ambulancias, las sillas de ruedas, las muletas y diversas medicinas consideradas “insostenibles” para la Seguridad Social, no para el paciente que sobrevive gracias a ellas.
Se reducirá la cartera básica de servicios, se suprimirán determinadas prestaciones y se privatizarán cuantos hospitales y centros de salud sean precisos. Que todo ello conduzca a un deterioro de la red asistencial pública y al aumento de las listas de espera para cualquier proceso médico-quirúrgico que nuestro afán por enfermar nos depare, parece no importar si lo que se busca es desviar al usuario hacia la medicina privada una vez se sienta insatisfecho y maltratado (en la más apropiada acepción del término) con la sanidad pública.
A grandes rasgos, pues, este será el panorama de un año en que las subidas de impuestos y otros gravámenes, unido al descenso de los ingresos y las pérdidas del poder adquisitivo, harán que la cuesta de enero se prolongue hasta el último día de diciembre.
Subirla se convertirá en un esfuerzo titánico por coronar esa cima ansiada en la que sitúan las esperanzas de una recuperación económica, la creación de empleo y el crecimiento de la actividad que tanto nos prometen, pero que cada vez alejan más en el horizonte.
Con todo, podemos darnos con un canto en los dientes si aún esquivamos la espada de Damocles que supone el rescate total de nuestra economía, la secesión de Cataluña en su huida hacia adelante, la nacionalización de cuantas empresas tengamos practicando la globalización capitalista en Sudamérica y hasta la vuelta a la peseta. Sin ánimo de ser agorero, 2013 se presenta como un camino francamente fatigoso, tan fatigoso como una empinada cuesta interminable. Coged aire.
DANIEL GUERRERO