Siguiendo consejos externos de cierto periódico digital cordobés, entra en Steam y compra cualquier juego viviente que se le aparece por delante. Ofertas, lluvias de ofertas por doquier engrosan el listado de regalos finiquitados y languidecen su cartera. Pero la Navidad le torna el corazón blando. Está deseando hacer un regalo auténtico, bello de verdad a aquella persona que más y mejor le aguanta a lo largo del año. Aquella personita especial que todos tenemos, a la que no le queremos dar el primer Call of Duty que se nos ponga por delante. A la que deseamos darle lo mejor. Para esa persona, ya tiene de parte de su asesor personal el regalo perfecto: The Unfinished Swan.
El punto de partida es tan extraño que más que orientar, podría decirse que casi confunde: una madre desaparecida, un hijo que la busca y un nexo que les comunica (una obra pictórica de la progenitora, más concretamente un cisne que no está pintado del todo). Sí, incompleto. El animal será el encargado a través de las huellas que va dejando en los diversos niveles, así como con su eventual presencia, de guiar al pequeño infante llamado Monroe tras los pasos de aquella que le creó. Con su sorpresa final, que no podía faltar.
La puesta en escena es magnífica. Sencillamente soberbia. Pero ante todo, sorprendente. Se deja al usuario las riendas del personaje en un mundo níveo. De no llegar a ser por el puntero situado en el centro de la pantalla, parecería que el juego no da comienzo nunca.
Para sorpresa del invitado a este mágico mundo, al pulsar un botón del pad se dispara una bola de tinta, la cual choca contra el suelo o la pared y permite que la mancha que deja dote de relieve a la superficie impactada. Así, un amplísimo espacio blanquecino, de golpe y porrazo se vuelve en una habitación delimitada por la pintura exhalada del pincel de Monroe.
Con esta mecánica de juego, los blancos pasillos se vuelven lagos, jardines, e incluso castillos. Conforme se avanza el juego, los escenarios van a ir disfrutando de contorno propio, y la bola de tinta adquirirá nuevas funcionalidades: ésta se podrá transformar en una gota de agua para regar trepaderas o empujar ciertos objetos como farolillos, encargados de alumbrar el camino de tenebrosos bosques.
Los mundos mostrados prosiguen con la temática inicial y no sacan al atónito espectador en ninguna ocasión, todos van en consonancia con el mundo mostrado desde el primer minuto. Asombroso e impactante resulta la escena del laberinto en torno al castillo, apreciable en la imagen que abre el presente texto. Lástima que no se trate más que de un efecto visual, que no se tenga que recorrer realmente dicho lugar. Puede resultar ampliamente decepcionante. No es oro todo lo que reluce.
La argumentación, sin tener giros argumentales importantes hasta los últimos compases del juego, resulta muy agradable. Se habla de reyes, de plebeyos, pero nada que ver con cualquier historia del elenco Disney. Se va narrando en forma de páginas de un libro que hay que “colorear” con la tinta de nuestro pincel, como un monarca déspota, perfeccionista, que se intuye bobo, con cierto aire infantilizado, ha ido quemando a sus habitantes y estos se hartan de su mandato.
Este “Cisne Inacabado” es un cuento de hadas realmente, de ahí que traspase las fronteras de los videojuegos comunes. Está dotado de cierta magia, encanto, sensaciones que nos trasmiten nuestros nostálgicos recuerdos de infancia, cuando arropados nuestros padres nos contaban las historias de los hermanos Grimm, o simplemente alguna batallita que nos hiciera adentrarnos en el mundo de Morfeo. Aquellos recuerdos que añoramos pañuelo en mano.
El círculo de la imperfección se cierra con una banda sonora aceptable en la mayoría de las ocasiones, que no destaca especialmente e incluso llega a olerse un aire londinense de cierto profesor arqueólogo. Pese a todo, algunos temas son sublimes, no se limitan a cumplir su función, sino que la trasgrede y traspasa: envuelven al jugador y lo inserta de pleno en toda la acción y contenido. Hay que destacar la musicalidad, nuevamente, en los últimos minutos del juego, donde a más de uno el hilo de fondo le provocará un sudor frío y cierto estremecimiento. Avisados quedan.
El doblaje, escaso en cuanto a personajes que hablen pero muy bien seleccionado. La narradora vive y siente por completo lo que dice, el rey también, y la simpática y cuca voz de Monroe hace las veces de magnífico telón de fondo.
The Unfinished Swan es una obra independiente que no se debe dejar pasar. Tiene fallos visuales, como la desaparición repentina de elementos –fenómeno conocido como poping- e incluso habrá quien lo tache de simplista, pero ahí reside su encanto. Alguna bajada en la calidad de las canciones también se hace notar.
No obstante, si se pasa por alto estas fallas, errores que con facilidad y gracias a su sobresaliente ambientación se pueden solventar, se llegará a disfrutar de una obra que brilla con luz propia. Si el literato A. A. Milne probara este juego, tendría este criterio: "Una obra maestra tan apta para un niño de menos de diez años, como para un adulto de un buen nivel cultural. Es más, los que pueden tener dificultades para apreciar los méritos de este juego son los chavales de catorce –a esa edad se quieren rifles y tiroteos, no las ocurrencias de un cisne a terminar-".
Lo inacabado, también puede ser perfecto.
El punto de partida es tan extraño que más que orientar, podría decirse que casi confunde: una madre desaparecida, un hijo que la busca y un nexo que les comunica (una obra pictórica de la progenitora, más concretamente un cisne que no está pintado del todo). Sí, incompleto. El animal será el encargado a través de las huellas que va dejando en los diversos niveles, así como con su eventual presencia, de guiar al pequeño infante llamado Monroe tras los pasos de aquella que le creó. Con su sorpresa final, que no podía faltar.
La puesta en escena es magnífica. Sencillamente soberbia. Pero ante todo, sorprendente. Se deja al usuario las riendas del personaje en un mundo níveo. De no llegar a ser por el puntero situado en el centro de la pantalla, parecería que el juego no da comienzo nunca.
Para sorpresa del invitado a este mágico mundo, al pulsar un botón del pad se dispara una bola de tinta, la cual choca contra el suelo o la pared y permite que la mancha que deja dote de relieve a la superficie impactada. Así, un amplísimo espacio blanquecino, de golpe y porrazo se vuelve en una habitación delimitada por la pintura exhalada del pincel de Monroe.
Con esta mecánica de juego, los blancos pasillos se vuelven lagos, jardines, e incluso castillos. Conforme se avanza el juego, los escenarios van a ir disfrutando de contorno propio, y la bola de tinta adquirirá nuevas funcionalidades: ésta se podrá transformar en una gota de agua para regar trepaderas o empujar ciertos objetos como farolillos, encargados de alumbrar el camino de tenebrosos bosques.
Los mundos mostrados prosiguen con la temática inicial y no sacan al atónito espectador en ninguna ocasión, todos van en consonancia con el mundo mostrado desde el primer minuto. Asombroso e impactante resulta la escena del laberinto en torno al castillo, apreciable en la imagen que abre el presente texto. Lástima que no se trate más que de un efecto visual, que no se tenga que recorrer realmente dicho lugar. Puede resultar ampliamente decepcionante. No es oro todo lo que reluce.
La argumentación, sin tener giros argumentales importantes hasta los últimos compases del juego, resulta muy agradable. Se habla de reyes, de plebeyos, pero nada que ver con cualquier historia del elenco Disney. Se va narrando en forma de páginas de un libro que hay que “colorear” con la tinta de nuestro pincel, como un monarca déspota, perfeccionista, que se intuye bobo, con cierto aire infantilizado, ha ido quemando a sus habitantes y estos se hartan de su mandato.
Este “Cisne Inacabado” es un cuento de hadas realmente, de ahí que traspase las fronteras de los videojuegos comunes. Está dotado de cierta magia, encanto, sensaciones que nos trasmiten nuestros nostálgicos recuerdos de infancia, cuando arropados nuestros padres nos contaban las historias de los hermanos Grimm, o simplemente alguna batallita que nos hiciera adentrarnos en el mundo de Morfeo. Aquellos recuerdos que añoramos pañuelo en mano.
El círculo de la imperfección se cierra con una banda sonora aceptable en la mayoría de las ocasiones, que no destaca especialmente e incluso llega a olerse un aire londinense de cierto profesor arqueólogo. Pese a todo, algunos temas son sublimes, no se limitan a cumplir su función, sino que la trasgrede y traspasa: envuelven al jugador y lo inserta de pleno en toda la acción y contenido. Hay que destacar la musicalidad, nuevamente, en los últimos minutos del juego, donde a más de uno el hilo de fondo le provocará un sudor frío y cierto estremecimiento. Avisados quedan.
El doblaje, escaso en cuanto a personajes que hablen pero muy bien seleccionado. La narradora vive y siente por completo lo que dice, el rey también, y la simpática y cuca voz de Monroe hace las veces de magnífico telón de fondo.
The Unfinished Swan es una obra independiente que no se debe dejar pasar. Tiene fallos visuales, como la desaparición repentina de elementos –fenómeno conocido como poping- e incluso habrá quien lo tache de simplista, pero ahí reside su encanto. Alguna bajada en la calidad de las canciones también se hace notar.
No obstante, si se pasa por alto estas fallas, errores que con facilidad y gracias a su sobresaliente ambientación se pueden solventar, se llegará a disfrutar de una obra que brilla con luz propia. Si el literato A. A. Milne probara este juego, tendría este criterio: "Una obra maestra tan apta para un niño de menos de diez años, como para un adulto de un buen nivel cultural. Es más, los que pueden tener dificultades para apreciar los méritos de este juego son los chavales de catorce –a esa edad se quieren rifles y tiroteos, no las ocurrencias de un cisne a terminar-".
Lo inacabado, también puede ser perfecto.
SALVADOR BELIZÓN / REDACCIÓN