Esta mañana he estado en la barbería y he presenciado un debate "de altura". El líder político era el barbero, un buen hombre, trabajador y bienintencionado que reproduce el grueso del gen totalitario que la crisis económica y política está inoculando a la población española. Este buen hombre, al que conozco lo suficiente como para saber que no es un militante ultraderechista, tiene la solución a la crisis: está en contra de los políticos, de los partidos políticos, de las instituciones democráticas, del euro, de la Unión Europea, de las Comunidades Autónomas, de la igualdad de género y de los inmigrantes.
Los cuatro clientes que esperaban su turno en la barbería asentían con la cabeza el discurso anti del héroe que encarna el secreto para salir de la crisis con rapidez. Para mi barbero, “todos los políticos son unos corruptos y los jueces son cómplices de la clase política”. No lo ha leído en ningún sitio, no conoce ningún informe que dice lo contrario. “Lo sé porque es la pura verdad, todo el mundo lo piensa. Y quien me conoce, sabe que yo siempre digo la verdad”, asevera.
Para los totalitarismos, la verdad no se encuentra en los datos que dicen que sólo el 1 por ciento de los políticos están señalados por corrupción. La verdad de mi barbero no está en los libros ni en los periódicos que no lee. Su verdad es irrefutable y legitimada por sus clientes porque hemos convertido las leyendas urbanas en tesis doctorales que sirven para quemar a un político o un juez en la plaza del pueblo.
Este ambiente totalitarista, que es ya mayoritario en la población española, no se ha edificado solo. La crisis ha servido para poner en pie el gen totalitario que todo españolito de a pie lleva dentro y que ha explosionado con la crisis económica.
Antes, cuando cualquier triunfador ganaba 5.000 euros mensuales por poner ladrillos o vender viviendas en una urbanización de lujo en la Costa de Sol, nadie se cuestionaba cómo podían existir "héroes" que asistían a los juzagdos a defender a su alcalde corrupto. O cómo una manifestación contra el presidente de un club de fútbol lograba reunir más manifestantes que en una protesta contra los recortes sanitarios o educativos.
Los héroes de la indignación, como mi barbero, han conseguido el nacimiento de medios de comunicación confidenciales y diarios que presumen de ejercer una libertad digital que guarda el secreto para salir de la crisis: no a los políticos; no a la Unión Europea; no al euro; no a los funcionarios; no a las comunidades autónomas; no a los inmigrantes; y no a la igualdad de género. La versión digital del populismo analógico de mi barbero.
Mientras todo este ambiente de totalitarismo crece, España sigue siendo, según la Unesco, un país subdesarrollado en cuanto a lectura de prensa se refiere. También somos líderes en subdesarrollo en lectura de libros.
La inquietud intelectual de los españoles está en el furgón de cola de la Unión Europea, junto a –¡sorpresa!- griegos, portugueses e italianos. Toda relación directa entre nivel cultural y crisis económica es producto de su imaginación.
No obstante, España tiene motivos para presumir. Somos líderes en consumo de televisión y nuestros programas más seguidos son reality-shows protagonizados por gente ordinaria, analfabeta funcional, vanidosa y violenta que se jacta de su ignorancia y de valores primarios. La prensa más leída es la deportiva, las revistas del corazón gozan de mejor aceptación que los periódicos económicos y las noticias más leídas en los diarios digitales son las que están aliñadas con morbo, sangre y dosis de anti.
También lideramos el ranking de líderes políticos que se presentan como regeneracionistas después de llevar 30 años transitando por el panorama político. Estos líderes, que algunos de ellos han creados partidos hechos a su imagen y semejanza o plataformas que se erigen en mayoría social, son como mi barbero: para salir de la crisis sólo hay que destruir el euro, la Unión Europea, a los políticos, a los jueces o las comunidades autónomas.
Si contradice a mi barbero, pasa a ser un antihéroe contrario a los intereses del pueblo y cómplice de la “casta política” –denominación protofascista-. No obstante, hay que salir a la calle y romper el totalitarismo travestido de indignación.
Por mucho que bramen, tener razones para estar indignado no hace tener razón a quienes han encontrado en la crisis su mejor baza para destruir lo que tantas muertes, revoluciones, sudor, lágrimas y persecuciones ha costado. Tener razones para la indignación no es lo mismo que tener razón.
Los cuatro clientes que esperaban su turno en la barbería asentían con la cabeza el discurso anti del héroe que encarna el secreto para salir de la crisis con rapidez. Para mi barbero, “todos los políticos son unos corruptos y los jueces son cómplices de la clase política”. No lo ha leído en ningún sitio, no conoce ningún informe que dice lo contrario. “Lo sé porque es la pura verdad, todo el mundo lo piensa. Y quien me conoce, sabe que yo siempre digo la verdad”, asevera.
Para los totalitarismos, la verdad no se encuentra en los datos que dicen que sólo el 1 por ciento de los políticos están señalados por corrupción. La verdad de mi barbero no está en los libros ni en los periódicos que no lee. Su verdad es irrefutable y legitimada por sus clientes porque hemos convertido las leyendas urbanas en tesis doctorales que sirven para quemar a un político o un juez en la plaza del pueblo.
Este ambiente totalitarista, que es ya mayoritario en la población española, no se ha edificado solo. La crisis ha servido para poner en pie el gen totalitario que todo españolito de a pie lleva dentro y que ha explosionado con la crisis económica.
Antes, cuando cualquier triunfador ganaba 5.000 euros mensuales por poner ladrillos o vender viviendas en una urbanización de lujo en la Costa de Sol, nadie se cuestionaba cómo podían existir "héroes" que asistían a los juzagdos a defender a su alcalde corrupto. O cómo una manifestación contra el presidente de un club de fútbol lograba reunir más manifestantes que en una protesta contra los recortes sanitarios o educativos.
Los héroes de la indignación, como mi barbero, han conseguido el nacimiento de medios de comunicación confidenciales y diarios que presumen de ejercer una libertad digital que guarda el secreto para salir de la crisis: no a los políticos; no a la Unión Europea; no al euro; no a los funcionarios; no a las comunidades autónomas; no a los inmigrantes; y no a la igualdad de género. La versión digital del populismo analógico de mi barbero.
Mientras todo este ambiente de totalitarismo crece, España sigue siendo, según la Unesco, un país subdesarrollado en cuanto a lectura de prensa se refiere. También somos líderes en subdesarrollo en lectura de libros.
La inquietud intelectual de los españoles está en el furgón de cola de la Unión Europea, junto a –¡sorpresa!- griegos, portugueses e italianos. Toda relación directa entre nivel cultural y crisis económica es producto de su imaginación.
No obstante, España tiene motivos para presumir. Somos líderes en consumo de televisión y nuestros programas más seguidos son reality-shows protagonizados por gente ordinaria, analfabeta funcional, vanidosa y violenta que se jacta de su ignorancia y de valores primarios. La prensa más leída es la deportiva, las revistas del corazón gozan de mejor aceptación que los periódicos económicos y las noticias más leídas en los diarios digitales son las que están aliñadas con morbo, sangre y dosis de anti.
También lideramos el ranking de líderes políticos que se presentan como regeneracionistas después de llevar 30 años transitando por el panorama político. Estos líderes, que algunos de ellos han creados partidos hechos a su imagen y semejanza o plataformas que se erigen en mayoría social, son como mi barbero: para salir de la crisis sólo hay que destruir el euro, la Unión Europea, a los políticos, a los jueces o las comunidades autónomas.
Si contradice a mi barbero, pasa a ser un antihéroe contrario a los intereses del pueblo y cómplice de la “casta política” –denominación protofascista-. No obstante, hay que salir a la calle y romper el totalitarismo travestido de indignación.
Por mucho que bramen, tener razones para estar indignado no hace tener razón a quienes han encontrado en la crisis su mejor baza para destruir lo que tantas muertes, revoluciones, sudor, lágrimas y persecuciones ha costado. Tener razones para la indignación no es lo mismo que tener razón.
RAÚL SOLÍS