La adaptación al tiempo actual es algo fundamental en este tipo de sociedad moderna que hemos creado. Tanto que hasta existe en nuestro léxico un adjetivo concreto, “desfasado”, para hacer referencia a aquellas personas, instituciones o cosas que no han sabido adaptarse a los tiempos que corren.
Nadie lleva la misma ropa que hace treinta años, no ya porque se le haya quedado pequeña o haya sido pasto de las polillas, sino porque ha perdido actualidad. Aunque las modas son cíclicas y, cada cierto tiempo, se retoman prendas y estilos olvidados, siempre lo hacen con el toque correspondiente que los actualiza al nuevo tiempo.
Nos gusta, también, reconocer en series como Cuéntame cómo pasó ese mobiliario característico con el que convivimos hace treinta años, y sonreímos tanto por la identificación de lo propio reflejado en la pantalla como por el contraste de aquellos azulejos, aquellas cocinas, baños o muebles de decoración con los actuales ¡Qué pintorescos éramos! Pero a nadie se le ocurriría ahora, salvo que quiera pasar por transgresor underground, redecorar su casa con ese look tan desfasado hoy.
En lo que al mercado automovilístico se refiere tampoco nos quedamos atrás. Muy pocos conducen ya los mismos coches que hace treinta años porque el sector ha evolucionado tanto en materia de seguridad y confort que, a no ser que te dediques a la restauración y colección de vehículos antiguos, puede ser considerado hasta una temeridad circular por autovía con un 127 de hace treinta años. Aquí hasta el Gobierno tomó cartas en el asunto y decidió incentivar la compra de coches nuevos bonificando económicamente a aquellos que entregaran otro con más de diez años.
Pero la Constitución es sagrada a pesar de tener más de 30 años. En una sociedad en la que hemos creado esa necesidad de constante actualización a los tiempos, la Norma Magna de nuestro Estado de Derecho permanece prácticamente inalterada desde su promulgación ¿Es que, acaso, somos la misma sociedad que hace treinta años?
La vigencia de la Constitución no sólo se basa en su actualidad, también en su respeto. Y cuando una norma no es ni actual ni, mucho menos, respetada se convierte en un arma con la que es tan fácil amenazar como limpiarse el culo.
El debate sobre las consecuencias y dificultades de su modificación lo zanjó Zapatero con la modificación exprés que constitucionalizó el cumplimiento del déficit. Por lo tanto, es hoy más necesario que nunca modificar esta Carta de todos los españoles con un doble objetivo: actualizarla a la sociedad del primer cuarto del siglo XXI y dotarla de un sentido que sólo adquirirá con el compromiso firme de articular un país en torno al respeto de sus normas. Porque, no nos engañemos, la Constitución sólo se respeta cuando se pretende obtener rédito político de alguna situación.
Ya lo decía Cervantes: “Los tiempos mudan las cosas y perfeccionan las artes, y añadir a lo inventado no es dificultad notable”. Tomemos nota.
Nadie lleva la misma ropa que hace treinta años, no ya porque se le haya quedado pequeña o haya sido pasto de las polillas, sino porque ha perdido actualidad. Aunque las modas son cíclicas y, cada cierto tiempo, se retoman prendas y estilos olvidados, siempre lo hacen con el toque correspondiente que los actualiza al nuevo tiempo.
Nos gusta, también, reconocer en series como Cuéntame cómo pasó ese mobiliario característico con el que convivimos hace treinta años, y sonreímos tanto por la identificación de lo propio reflejado en la pantalla como por el contraste de aquellos azulejos, aquellas cocinas, baños o muebles de decoración con los actuales ¡Qué pintorescos éramos! Pero a nadie se le ocurriría ahora, salvo que quiera pasar por transgresor underground, redecorar su casa con ese look tan desfasado hoy.
En lo que al mercado automovilístico se refiere tampoco nos quedamos atrás. Muy pocos conducen ya los mismos coches que hace treinta años porque el sector ha evolucionado tanto en materia de seguridad y confort que, a no ser que te dediques a la restauración y colección de vehículos antiguos, puede ser considerado hasta una temeridad circular por autovía con un 127 de hace treinta años. Aquí hasta el Gobierno tomó cartas en el asunto y decidió incentivar la compra de coches nuevos bonificando económicamente a aquellos que entregaran otro con más de diez años.
Pero la Constitución es sagrada a pesar de tener más de 30 años. En una sociedad en la que hemos creado esa necesidad de constante actualización a los tiempos, la Norma Magna de nuestro Estado de Derecho permanece prácticamente inalterada desde su promulgación ¿Es que, acaso, somos la misma sociedad que hace treinta años?
La vigencia de la Constitución no sólo se basa en su actualidad, también en su respeto. Y cuando una norma no es ni actual ni, mucho menos, respetada se convierte en un arma con la que es tan fácil amenazar como limpiarse el culo.
El debate sobre las consecuencias y dificultades de su modificación lo zanjó Zapatero con la modificación exprés que constitucionalizó el cumplimiento del déficit. Por lo tanto, es hoy más necesario que nunca modificar esta Carta de todos los españoles con un doble objetivo: actualizarla a la sociedad del primer cuarto del siglo XXI y dotarla de un sentido que sólo adquirirá con el compromiso firme de articular un país en torno al respeto de sus normas. Porque, no nos engañemos, la Constitución sólo se respeta cuando se pretende obtener rédito político de alguna situación.
Ya lo decía Cervantes: “Los tiempos mudan las cosas y perfeccionan las artes, y añadir a lo inventado no es dificultad notable”. Tomemos nota.
PABLO POÓ