Se acaba de dar un paso de justicia. Pequeño, limitado, tardío, pero en dirección correcta. Es un pasito adelante que, presumiblemente, promoverá varios hacia atrás entre los que se oponen al devenir de la historia. La Asamblea de la ONU acaba de reconocer como "Estado observador no miembro" a Palestina. La propia Resolución, aprobada por 138 votos a favor (España entre ellos), 9 en contra y 41 abstenciones, reafirma “el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación e independencia en un Estado a partir de las fronteras de 1967”.
Gracias a ese reconocimiento, Palestina tendrá acceso a aquellas otras instancias de la ONU en las que puede hacer valer sus derechos, como la UNESCO o la Corte Penal Internacional, justo lo que no querían ni Israel ni los otros países que votaron en contra, incluyendo Estados Unidos. Por fin, un acontecimiento en ese largo conflicto que no surge envuelto en sangre, como era –y es- lo habitual.
A partir de ahora, con el beneplácito de la ONU, deberán establecerse negociaciones serias entre israelíes y palestinos en busca de un acuerdo definitivo y permanente que, si bien no satisfará completamente a ninguna de las partes, podría llevar la paz a una región muy castigada y extremadamente delicada.
Dos estados reconocidos como iguales internacionalmente deberán basarse en el diálogo y las negociaciones para resolver sus disputas, una vez establecidos los límites territoriales de cada uno de ellos y el derecho a la coexistencia pacífica y el respeto a la propia soberanía.
Por un lado, habrá que dejarse de bombardear indiscriminadamente a las poblaciones y de encarcelar a los ciudadanos en su propio país, sellándole unilateralmente sus fronteras. También se deberá detener y, en lo posible, reducir la política de asentamientos que buscaba dejar en minoría a la población autóctona mediante una “invasión de facto” del vecino.
Y por otro, habrá que abandonarse el terrorismo como método para conseguir los objetivos nacionales que, afortunadamente, están en vías de lograrse. El lanzamiento de cohetes por parte de Hamás y las amenazas o atentados con bombas deberán quedar totalmente erradicados. Sin violencia de ninguna clase, la mesa de negociaciones deberá estar siempre disponible para discutir todas las cuestiones, aunque resolverlas requiera enormes dosis de paciencia, templanza y tiempo, mucho tiempo.
Décadas de odio por ambas partes y de cicatrices conjuntas no se olvidan ni se restañan por un simple reconocimiento de la ONU. Queda por instaurar la confianza entre las partes y el respeto mutuo.
El mundo entero aguarda ese horizonte de paz y prosperidad en la zona porque el conflicto palestino representaba un foco de inestabilidad mundial y era causa de tensiones entre las grandes potencias. Quedarán metástasis por desactivar derivadas de ese “tumor” primario que, a partir de ahora, podría extirparse. Que se logre depende, fundamentalmente, de los pacientes: Israel y Palestina. Ojala consigan curarse y convivir de forma sana y saludable. Con ese objetivo, se ha dado ya un pasito adelante, un gran paso, diría yo.
Gracias a ese reconocimiento, Palestina tendrá acceso a aquellas otras instancias de la ONU en las que puede hacer valer sus derechos, como la UNESCO o la Corte Penal Internacional, justo lo que no querían ni Israel ni los otros países que votaron en contra, incluyendo Estados Unidos. Por fin, un acontecimiento en ese largo conflicto que no surge envuelto en sangre, como era –y es- lo habitual.
A partir de ahora, con el beneplácito de la ONU, deberán establecerse negociaciones serias entre israelíes y palestinos en busca de un acuerdo definitivo y permanente que, si bien no satisfará completamente a ninguna de las partes, podría llevar la paz a una región muy castigada y extremadamente delicada.
Dos estados reconocidos como iguales internacionalmente deberán basarse en el diálogo y las negociaciones para resolver sus disputas, una vez establecidos los límites territoriales de cada uno de ellos y el derecho a la coexistencia pacífica y el respeto a la propia soberanía.
Por un lado, habrá que dejarse de bombardear indiscriminadamente a las poblaciones y de encarcelar a los ciudadanos en su propio país, sellándole unilateralmente sus fronteras. También se deberá detener y, en lo posible, reducir la política de asentamientos que buscaba dejar en minoría a la población autóctona mediante una “invasión de facto” del vecino.
Y por otro, habrá que abandonarse el terrorismo como método para conseguir los objetivos nacionales que, afortunadamente, están en vías de lograrse. El lanzamiento de cohetes por parte de Hamás y las amenazas o atentados con bombas deberán quedar totalmente erradicados. Sin violencia de ninguna clase, la mesa de negociaciones deberá estar siempre disponible para discutir todas las cuestiones, aunque resolverlas requiera enormes dosis de paciencia, templanza y tiempo, mucho tiempo.
Décadas de odio por ambas partes y de cicatrices conjuntas no se olvidan ni se restañan por un simple reconocimiento de la ONU. Queda por instaurar la confianza entre las partes y el respeto mutuo.
El mundo entero aguarda ese horizonte de paz y prosperidad en la zona porque el conflicto palestino representaba un foco de inestabilidad mundial y era causa de tensiones entre las grandes potencias. Quedarán metástasis por desactivar derivadas de ese “tumor” primario que, a partir de ahora, podría extirparse. Que se logre depende, fundamentalmente, de los pacientes: Israel y Palestina. Ojala consigan curarse y convivir de forma sana y saludable. Con ese objetivo, se ha dado ya un pasito adelante, un gran paso, diría yo.
DANIEL GUERRERO